martes, 3 de marzo de 2009

Rosiña

Todos aquí la conocen, y lo que es más sorprendente, ella parece realmente conocernos a todos.
No sé cuantas décadas lleva ganándose la vida así, pero juraría que al menos el doble de mi edad.
Creo que en casi todos los lugares que merece la pena visitar aquí hay un rincón con claveles y caramelos de los de Rosiña.
Se la ve de noche, siempre lleva puestos sombreros elegantes, algunos con aire gangster, casi siempre adornandos con una flor de las que va vendiendo.
Cuando entra en el bar y nos pilla tocando, toda la música se gira hacia ella, y a ella enseguida se lanza y nos deja bien plantada una de Chavela o un buen bolero añejo, sin dejar de sonreir y sin soltar su cesta de mimbre de debajo del brazo.
Que viva muchos años.

El cultivólogo de pergáminos

Es una mezcla entre botánico y bibliotecario, con cara de caligrafista y cuerpo de taquigrafista.
Tiene siempre las manos sucias de tierra y tinta de manipular los pergáminos.
Las estanterías y la gran mesa de su taller están cubiertas de esquejes y brotes de lo más diverso, desde novelas circulares (que este año y el pasado crecieron muy bien) hasta poesía sufí (que cuando no tira es muy buen abono), y el suelo repleto de macetas con los brotes que va eligiendo ya crecidos. Cuando alcanzan un tamaño similar a un bonsai, recolecta las hojas sanas y, tras el secado, va confeccionando, con un complejo y delicado tratamiento, los gruesos libros que vemos en el armario de cristal del fondo.

De profesión: musa

(De pequeña quería ser modelo, pero sus padres eran profesores de universidad)

¡Qué elocuencia silenciosa!
¡Qué vestidos gaseosos!
¡Qué cuerpo voluptuoso!
¡¡Qué cultura general!!

Mirada enigmática,
Sonrisa balsámica,
Cadencia catódica,
¡Esdrújula toda ella!

Firmado: El Inoportuno.