jueves, 23 de abril de 2009

En la puerta de un antro de esos con bastante más historia que higiene, esperábamos a que abrieran, o algo, mientras otra gente por allí hacía footing. Estaba sentada en la acera, embutida en su minipantalón vaquero, rodeada de tíos y babas de cubatas, absorta cantando Camela desde lo más hondo de lo que quedaba de su pintalabios.

“Sueño contiigo, que mhas daoo...”

Le respondió a un chico con tremenda desgana. “¿que si soy puta.” Yo era la única mujer allí además de ella, y me dirigió una sonrisa rota de vuelta de todo.

“Sueño contiigo, que mhas daoo...”
Cantaba francamente bien.

Adentro la ví borrosa pulular de mesa en mesa, no sé cuántos gramos se metería en total si sumaramos las sillas y las rodillas en las que se sentó. Creo que salió de allí más tarde que yo. A mí, creo que me echaron por cantar la internacional.

placas tectónicas

Esta Semana Santa fue costalero por primera y última vez:
“Al final, acabaremos todos siendo placas tectónicas.
Eso es lo que hay.”
Cuando le preguntabas de dónde era, lo mismo te respondía que de Beirut, de Lima o de Sydney. Y lo mejor de todo es que te lo decía de tal manera que te lo tenías que creer, y al mirarla a los ojos notabas que ella realmente te estaba mirando desde Beirut, Tokio o Kuala-Lumpur. Y si desde su rostro blanco, casi transparente, te dijera que es mulata, te lo creerías igual.
Llevabamos tomando cafés toda la tarde de terraza en terraza, marchándonos siempre sin pagar. Al final de la tarde me confesó “¿Sabes? Yo tengo un hijo.” Acto seguido abrió su enorme bolso y me mostró un bloc, un reloj, un móvil viejo. “Esto es suyo” “¿Un bloc? ¿Y tu hijo dónde está, en Beirut o en La Habana?
Esa fue la última vez que la vi.
Bajó la mirada y por primera vez la vi un gesto triste, tan triste como cien viudas.
Cerró el bolso y me dijo “¿Cambiamos de lugar?”.